2008년 8월 5일 화요일

La razón por la cual no obedezco el deseo de mis padres.

Mis padres quieren que yo sea funcionario y que estudie en la administración pública. Yo no lo quiero pero sé bien el porqué de su deseo.
Ya son viejos. Están cansados de trabajar para sobrevivir. Esperan que de su vida se encargue uno o ambos de sus hijos, lo más pronto posible. Pero vivimos en la era de la flexiblidad laboral y la condición de trabajo cada día más mala, que nunca quiere pagar a los trabajadores más que el sueldo mínimo, con que no se puede vivir opulento, ni vivir con autorespeto, ni casar, ni llegar a tener el placer de recompensar dignamente a sus padres. Hay pocas excepciones en esta tragedia universal, y las ocuapciones públicas parecen pertener a esas excepciones. Los funcionarios no son despedios sin indemnización ni explicación. La ley lo garantiza. Aunque su salario no es muy alto, esa seguridad laboral es, hoy por hoy, un gran privilegio que merece una felicitación para la familia de los funcionarios y para los funcionarios mismos.
Con todo, les desanimé con decidir seguir estudiando en la historia. No me gustaría servir de una profesión que no me interesa nada. Además el examen para ingresarse en el funcionariado es espantosamente diputado por numerosos jovenes desesperados de ganar un trabajo seguro. Muy pocos logran éxito y los demás sólo pierden su dinero y logran éxito en darse cuenta de que donde su estrella indicaba no era allí. Es un claro malgasto de dinero y vida. Más vale desafiar, a pesar de toda la inseguridad y el riesgo, para abrir su propio paso y para abrir un nuevo mundo que sucumbir a la ciega competencia.